Todos los que deseamos un mundo mejor estamos aterrados por este «infierno en la selva amazónica».
Los medios de difusión han hecho un gran trabajo al hacernos conocer los datos científicos, las gravísimas consecuencias, la indignación de muchos y, también, la imprudencia de pocos.
Estuve muchas veces en la Amazonía defendiendo posiciones ambientales, fundamentalmente en el amado país hermano de Brasil, y es grande el dolor al ver lo que está sucediendo.
La urgencia es apagar el fuego, pero es hora de que nos preguntemos por qué llegamos a esta situación.
Las crisis ambientales son sistémicas
Un gran incendio de este tipo es abrumador, pero es el resultado de una multiplicidad de pequeñas negligencias que se van acumulando a lo largo del tiempo. Tolerar lo que debería ser intolerable, hacer lo que no debe ser, mirar una parte sin ver el todo, buscar el resultado inmediato sin ver las consecuencias mediatas, es lo que va generando un proceso de acumulación de tensiones subterráneas que, en algún momento, explotan trágicamente.
Los ejemplos están a la vista: el autorizar una construcción en una ciudad obstaculizando un curso de agua puede ser irrelevante, hasta que, por el exceso de construcciones, una tormenta fuerte inunda toda la ciudad, generando enormes daños personales y materiales. O bien el permitir el desmonte de una parcela de tierra, y luego otra y otra, cambiando el clima de manera progresiva hasta que, eventualmente, todo explota.
Los sistemas tienen un equilibrio homeoestático: requieren del frío y del calor, de los animales que crean vida y de los depredadores, de la lluvia y de la sequía, de la diversidad y no de la homogeneidad. Cuando uno de esos factores se cambia, pasa desapercibido, pero con el tiempo el efecto es acumulativo y se corrige.
El proceso de interacción dinámica va alterando una y otra variable hasta que llega un nuevo punto (tipping point) en donde la situación cambia. Es en ese momento cuando vemos huracanes violentos, incendios masivos, inviernos sin frío, veranos muy calurosos, cambio climático, pérdida de resiliencia y extremos de todo tipo.
El impacto humano sobre el ambiente está haciendo perder su identidad y vamos hacia otro nivel, en el que la vida humana va a ser distinta y, lamentablemente, trágica. En Barbados o en Sudáfrica hay crisis por falta de agua, en el Artico deshielo, en la Amazonia incendios.
Nos asusta el resultado, pero somos indiferentes a las causas.
Esta mediocridad en la mirada, esta simplicidad del que actúa con ceguera sistémica, está poniendo en riesgo al mundo que conocemos.
Por esta razón, no se trata solamente de reaccionar frente a las catástrofes sino de actuar frente a los pequeños cambios que van a tener impactos dramáticos.
La deforestación
Es probable que muchas personas estén de acuerdo en que cortar árboles para sembrar granos sea una buena idea, pero si ello se hace sin control alguno, resultará en una catástrofe. Es en gran parte lo que ocurrió en la Amazonia.
Es muy distinto autorizar desmontar una parcela, que un millón de hectáreas, es necesario hacer un estudio de impacto ambiental acumulativo o sistémico.
Hace diez años, en la Corte anulamos la autorización para desmontes en el norte argentino («Salas», año 2009), ya que «podría cambiar sustancialmente el régimen de todo el clima en la región, afectando no sólo a los actuales habitantes, sino a las generaciones futuras». El estudio de impacto ambiental referido a una parcela no es suficiente, debe estudiarse el sistema; por eso se dijo que «deberá concentrarse en el análisis del impacto ambiental acumulativo de la tala y desmonte señalados, sobre el clima, el paisaje, y el ambiente en general, así como en las condiciones de vida de los habitantes. Deberá proponer asimismo una solución que armonice la protección de los bienes ambientales con el desarrollo en función de los costos y beneficios involucrados. En tal sentido, deberá identificar márgenes de probabilidades para las tendencias que señale, valorar los beneficios relativos para las partes relevantes involucradas y las generaciones futuras».
No es posible que una persona o un estado adopte medidas sin un estudio de las consecuencias sistémicas; no es admisible que autoridades locales se sientan con derecho a ignorar el impacto sobre otros países o el planeta. «No se trata de prohibir irracionalmente, sino de autorizar razonablemente» (CS» Comunidad del Pueblo Diaguita de Andalgalá»), y en caso de duda hay que proteger la naturaleza («in dubio pro natura») (CS. Majul, 2019) para lograr un desarrollo que sea sustentable.
La ceguera sistémica y valorativa
La lamentable difusión de argumentos simples y efectistas no es otra cosa que mediocridad intelectual y una ceguera respecto del sistema.
Pero hay que decir que a ello se agrega la ceguera valorativa, porque el verdadero enemigo es la crisis ambiental y quienes la alimentan irresponsablemente. Por eso deberíamos decir:
Nosotros, que somos sensibles, frente a la desaparición de los pájaros, de los peces, o de las ballenas,
Nosotros, que nos duele la contaminación de los ríos, de los mares llenos de plástico o el deshielo de los glaciares,
Nosotros, que estamos preocupados porque sabemos que habrá sed de agua y sed de justicia,
Nosotros, que sentimos miedo frente a las nuevas enfermedades producidas por la contaminación,
Nosotros, que queremos que los niños de ahora y los que vendrán tengan un futuro de sueños y no de pesadillas,
Estamos en contra de los otros, que, por imprudencia, por inconsciencia o por mala fe maltratan la naturaleza y hacen del planeta un lugar inhabitable.
Esta es una lucha por un cambio moral, una ética de los vulnerables.
Cada uno en su lugar, a su modo, con sus medios; lo que no cabe es la indiferencia.