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Sed de agua y sed de justicia. Por Ricardo Lorenzetti

La publicación de fotografías en las que se exhibe a personas bañándose en zonas aledañas al Glaciar Perito Moreno, nos muestran la felicidad de lo inmediato y la preocupación por el futuro. Podríamos decir que es lindo bañarse, y que el calor es pasajero, pero no es lo que opinan la mayoría de los científicos.

Es algo similar lo que ocurre en el Ártico, porque muchos países ven con alegría que pueden navegar por el norte, desde Canadá a Rusia, comerciar, hacer turismo, ganar dinero, pero la mayoría de los científicos están preocupados.

La realidad científica muestra que el agua potable es un recurso cada vez más escaso.

La mirada histórica brinda elementos suficientes: nuestros padres y abuelos utilizaron el agua sin restricciones, tanto en las ciudades como en los campos; nosotros tenemos límites y pagamos por el uso del agua; las generaciones futuras lucharán por ella porque no habrá suficiente para todos.

Uno podría decir que es un problema de los que vendrán, pero tampoco es así. Tal vez la apreciaríamos el problema de un modo diferente si nos dijeran: ud sólo puede consumir cinco litros de agua por día y que no puede utilizarla para la ducha cotidiana ni para regar ni puede tener una piscina en su casa o en su quinta. Sin embargo, es lo que está sucediendo en varias ciudades del planeta, en las que el uso del líquido elemento es regulado.

Estos temas se trataron en el Congreso Mundial sobre el agua celebrado en Brasilia el año pasado, al que asistieron miles de personas de todo el mundo.

Todo indica que la demanda de agua aumenta. La población mundial ha crecido exponencialmente y se necesita agua para consumo humano. Los usos industriales son cada vez más intensos, las exploraciones petroleras usan agua para el “fracking”, la minería consume mucha agua, y el desperdicio es notable, los procesos de elaboración de muchos productos usan este elemento.

La oferta disminuye. Las áreas desérticas han aumentado por efecto de la deforestación, los ríos y napas están contaminados, los glaciares retroceden, el cambio climático está calentando el planeta y todo eso tiene un efecto muy directo.

Cuando aumenta la demanda y disminuye la oferta de un bien, se vuelve escaso y hay conflictos, lo cual altera el modo de vivir, las relaciones económicas, sociales y la estructura institucional.

El diagnóstico es más que preocupante.

Las soluciones son difíciles pero lo bueno es que hay una gran cantidad de personas y recursos estudiando el problema.

El aumento de la oferta se puede lograr con inversiones dentro de un plan nacional de agua, como ha hecho Israel, que es un ejemplo en la materia. La tecnología está evolucionando rápidamente y es necesario utilizarla.

La demanda de agua puede ser orientada hacia usos más eficientes. Los precios de mercado pueden ser un indicador en el sector industrial y sobre todo minero, para que internalicen los costos de su utilización. Es urgente terminar con la contaminación de los ríos, napas, y frenar el desmonte irracional que altera los ciclos de lluvias.

El consumo humano es distinto: hay que reconocer un derecho humano al agua potable porque hay muchas personas que no pueden pagar, combinado con regulaciones para un uso más eficiente del recurso.

Las ciencias pueden ayudar mucho para solucionar el problema, pero también es relevante la filosofía.

La visión antropocéntrica del agua ha llevado a considerarla una propiedad del humano, pero ello está en crisis. El agua sirve también para otras especies y tiene un ciclo que hay que respetar. Por eso se requiere una visión ecocéntrica, es decir, sistémica, en la que existe una regla básica: nadie puede alterar el funcionamiento del sistema.

Esta es la razón por la cual hemos encomendado a jueces de todo el mundo lo que ha hecho la Corte Suprema de Argentina, que tiene un liderazgo reconocido en estos temas. Por eso los poderes judiciales están dictando sentencias que reconocen el derecho al agua potable, ordenan la limpieza de los ríos, frenan los desmontes y protegen los ciclos de agua.

Podemos satisfacer la sed de agua sólo si también satisfacemos la sed de justicia.

El arte nos ha brindado esta enseñanza hace mucho tiempo. Suelo recomendar con frecuencia la lectura de Ibsen, quien a fines del siglo XIX nos dio una lección cuando planteó el problema: si una persona buena y querida aconseja cerrar un balneario porque descubre que las aguas están contaminadas y la reacción de todos es declararlo el enemigo del pueblo, lo que en realidad está contaminado son las bases morales de la sociedad.

Es en definitiva, una opción entre la mirada corta o las políticas de estado, entre el pragmatismo economicista y los valores del idealismo que sigue teniendo una vigencia que nos hace dignos de vivir en este planeta.