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Proteger la mente de los niños. Por Ricardo Lorenzetti

La letra de la canción “Inconsciente colectivo” de Charly García contrapone la libertad con el “transformador que se consume lo mejor que tenés”. Lo que “consume lo mejor que tenés” es un mecanismo que hoy asume formas impensadas que pone en riesgo la capacidad del ser humano de decidir libremente.

Existen grandes temas que se discuten en nuestros tiempos, que, por ser extremadamente complejos, no se conocen, pero tienen una relevancia cotidiana que merece que se difundan entre los ciudadanos.

Comenzaremos por un aspecto práctico.

El cerebro actúa por sí solo:

Hay mucha información que le llega al cerebro durante el día y la noche (páginas web, celular, Facebook, Instagram, etc.), y comienza a actuar automáticamente. A veces nos concentramos en algo, pero, cuando dejamos de hacer el esfuerzo, la mente sigue por sí sola. Por eso masticamos sin darnos cuenta de lo que realmente estamos llevando a nuestro cuerpo (por eso comemos demasiado); vamos a distintos lugares apresurados y a veces ni nos acordamos dónde estuvimos. La gente está en un lugar e inmediatamente mira el celular, activando el cerebro permanentemente.

El exceso es más fácil de percibir con el cuerpo: si comiéramos sin parar todo el día, nos sentiríamos pesados y comenzaríamos una dieta; pero no hacemos lo mismo con la pesadez de la mente; seguimos consumiendo.

Miramos sin ver, actuamos sin sentir, y la mayoría de los actos son compulsivos, no conscientes.

La mente funciona automáticamente, va de un tema a otro de manera continua; es como los gorriones, que saltan de una rama a otra sin detenerse.

El resultado es que vivimos cansados. Descubrimos que estamos perdiendo interés en las cosas o que estamos estresados o deprimidos.

En ese momento decidimos que estamos agotados y tomamos pastillas o cerveza sin parar para aturdirnos.

Cuerpo y mente están integrados y actúan mediante asociaciones de pensamientos, sentimientos, sensaciones corporales y comportamientos, todo lo cual es muy útil para la vida cotidiana.

El problema surge cuando comenzamos a encerrarnos en estos bucles asociativos, lo que nos limita, enferma o desestabiliza.

Por ejemplo: cuando decimos “doctor”, se nos viene a la mente la palabra “enfermera”, “hospital”, y todo el contexto, pero, si alguna vez la pasamos mal en el sanatorio, la palabra doctor nos acarrea un dolor agudo de estómago.

Uno regresa a un lugar que ya visitó, miramos algo y nos acordamos de algún aspecto relacionado: en la próxima cuadra hay un bar, a la vuelta de la esquina un museo. Es decir, sin ver u oír algo, la mente lo identifica mediante una asociación que produce malestar si en ese lugar ocurrió algo negativo.

El estado de ánimo también genera asociaciones. Es decir que, cuando estamos deprimidos vemos las cosas mal aunque estén bien o no tengan realmente importancia. Cuando nos duele algo (la espalda, el pie o el estómago), vemos todo negativamente. Estamos caminando por la calle, quisimos saludar a alguien y siguió de largo porque no me vio. Entonces pensamos: ¿hice algo mal, qué dije para molestarlo? Y comenzamos a pensar abstraídos de manera autónoma, sin darnos cuenta.

La mente también examina alternativas de lo que puede suceder, lo cual es muy útil, pero, si nos encerramos en eso, lleva al agotamiento. Si uno tiene que tomar un vuelo comienza a pensar, saldrá o no saldrá, qué pasa si llueve, si se demora, y mil supuestos más; llega cansado. Eso sucede en numerosas situaciones: ¿qué pasa si…? También funciona hacia el pasado: “si no hubiera hecho esto”, ”si hubiera tomado esa decisión en la vida”.

 

Neurociencia y Derecho

Esto plantea un problema: si la mente funciona automáticamente, ¿quién soy yo? Si yo digo quiero dormir y la mente sigue pensando, ¿por qué no la domino? ¿Es algo ajeno?

En la filosofía, este tema comenzó a ser estudiado hace dos mil quinientos años, principalmente en el rico debate que hubo entre los sabios que habitaron en la cuenca del río Ganges en India.

En las neurociencias de los últimos años se comenzó a entender que hay muchas decisiones que son consecuencia de la interacción de neuronas, como si fuera un programa de computación.

En el Derecho, en cambio, todo eso se ha dejado de lado, porque discutir este elemento pondría en crisis la responsabilidad penal o civil o los contratos, ya que, en todos los casos, se parte del presupuesto de que una persona que adopta decisiones lo hace de manera consciente.

Sin embargo, ha surgido un nuevo fenómeno tecnológico que abre un campo de diálogo entre estos tres caudales de conocimiento, que deben estar encaminados hacia la protección de la persona.

El conflicto se da cuando la filosofía y las ciencias nos muestran que muchas decisiones no responden a lo que podríamos llamar “yo”.

Esta afirmación tiene un enorme impacto en la imputación penal, en las declaraciones de los testigos o en las decisiones de un consumidor que es dominado por el marketing.

El Derecho debe mantener la noción de responsabilidad del individuo por las decisiones que adopta, por un principio de seguridad jurídica, pero se está avanzando mucho en el diseño de instrumentos para proteger esa capacidad.

 

Niños en riesgo

Es indiscutible el hecho de que los niños comienzan desde muy pequeños a recibir información, porque tienen celulares, almuerzan viendo videos, juegan en internet siete u ocho horas al día. La transmisión de la sabiduría de la escuela o de los padres comienza a tener dificultades.

Esas mentes se acostumbran a actuar de manera automática y homogénea, de acuerdo a las pautas que da la información.

¿Quién da la información?

Es necesario saber que en la actualidad se trata de grandes empresas multinacionales que operan a escala global y que transmiten una información cuyos efectos están muy estudiados. Cada juego en internet, cada propaganda digital, cada noticia que no pasa por el filtro del periodismo profesional, provienen de un estudio de marketing muy riguroso, basado en la conducta humana.

La consecuencia es la estandarización de las conductas, porque a todos les gusta más o menos lo mismo. También se adormece el espíritu crítico, porque todo es distracción.

Estamos asistiendo al nacimiento de uno de los más complejos sistemas de control social, como no hubo antes en las sociedades humanas.

Por eso, el Derecho comenzó a prestar atención en el campo regulatorio de las empresas que operan en internet, en la protección de los consumidores, en la publicidad, en el diseño de los juegos, en los efectos que causan.

El Derecho debe estar muy activo en este campo porque se debe proteger a la persona, y una manera de hacerlo es tutelar su autonomía, su capacidad de pensar, de criticar, de valorar, de ser sociable.

También la educación. En algunas escuelas se comenzó a prohibir el uso del celular, tanto en clases como en el recreo. En otros ámbitos se enseñan técnicas de autocontrol: ver menos el celular, no hacerlo antes de dormir o al levantarse, tener momentos de descanso, sólo para pensar.

También la medicina, sobre todo la difusión de técnicas de relajación mental. Si podemos ver o ser conscientes de que no tenemos control sobre lo que hace la mente, comenzamos a entender el problema e incrementar nuestra libertad.

Lo grave es que mientras estamos absorbidos por lo cotidiano no estamos viendo la nueva sociedad que está naciendo, con un increíble dominio de las conductas.

Las grandes creaciones humanas nacieron de un espacio de reflexión profunda, las luchas más memorables por la libertad fueron impulsadas por grandes idealistas, y ninguna obra relevante ha surgido diaria que produce la avalancha de datos.