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La salud humana y la salud de la naturaleza. Por Ricardo Lorenzetti

El tratamiento médico del coronavirus, la organización de la salud pública, la crisis económica, las limitaciones de la libertad personal, el riesgo del autoritarismo, las dificultades de la cooperación internacional son temas importantísimos que se debaten con motivo de la pandemia.

Poco a poco vamos comprendiendo que lo que está cambiando no es una parte, sino el todo y se hace necesario un enfoque más general.

Hace mucho tiempo que fracasan las reuniones internacionales sobre cambio climático. Si nos imagináramos a la “Naturaleza” como una persona que habla, podríamos pensar qué nos dice: está bien, si ustedes, los humanos, no adoptan medidas para evitar mi destrucción, entonces me ocupo yo misma.

Lo que estamos viendo en los últimos días es asombroso: ¿hubiera sido posible un acuerdo global para que cesaran de circular los aviones, los autos, los trenes y que tres mil millones de seres humanos se quedaran en sus casas para disminuir la contaminación?

Este hecho debería hacernos comprender que se han cometido varios errores.

Uno de ellos fue negar que el deterioro de la naturaleza tiene su causa en la acción humana.

Son suficientes unos pocos días para ver algunos indicios verdaderamente impresionantes de que la tesis negatoria es falsa.

Los satélites muestran una notable mejora en la calidad del aire y del agua en grandes zonas del planeta, sobre todo en las áreas del norte más desarrollado, pero también más contaminante (informe del satélite de la Agencia espacial europea (Copernicus. Sentinel.5p) En Lahore, Pakistan, el cielo contaminado se transformó en un cielo límpido (fotos enviadas por nuestro colega Mansoor, Juez de la Corte). En los pueblos cercanos del Himalaya se logró ver las cumbres por primera vez desde la segunda guerra mundial. En India, que tiene 21 de las 30 ciudades más contaminadas del planeta, se comenzó a advertir una disminución de la contaminación en niveles importantes. En Venecia se difundieron fotos que muestran el regreso de los peces y una mejora notable de la calidad del agua.

Es muy breve el tiempo transcurrido, pero los datos son muy claros.

Es evidente que la acción humana desarrollada a partir de la revolución industrial ha generado un nuevo período, llamado “Antropoceno”, cuyo desarrollo ilimitado puso en tensión extrema a todo el planeta.

La naturaleza estuvo sometida a una fuerte presión que motivó desequilibrios constantes. No olvidemos que hace poco tiempo eran noticia los incendios en el Amazonas, en Australia, el derretimiento de los glaciares, la extinción de las especies, y el aumento de la intensidad de los huracanes y tormentas.

La naturaleza es un sistema en el cual todas las partes están conectadas entre sí y tiene un orden interno generado a partir de la interacción de sus propios elementos.

Hay especies que se reproducen y otras que son depredadoras y le ponen límites, hay verano e invierno, hay nacimientos y fallecimientos, hay tormentas y luego la calma. Cada pequeño elemento tiene su función diferenciada y la cumple porque existen múltiples modos de transmisión de información. Podríamos preguntarnos cómo sabe un oso que es primavera, o un pájaro que tiene que emigrar porque es invierno. La sociobiología y en especial la teoría de los sistemas tiene explicaciones adecuadas.

Este equilibrio dinámico permite absorber muchos cambios, pero cuando estas alteraciones son demasiado importantes se pierde la capacidad de resiliencia. Es un principio en todos los sistemas: si hay demasiados instrumentos financieros derivados en un momento, el sistema económico corrige con una crisis como la del año 2008; si se censuran las libertades, tarde o temprano el sistema social corrige con un evento inesperado, explota y caen los autoritarios como sucedió en varios países.

Esta es una característica de los sistemas (Maturana, Humberto y Varela, Francisco, “Autopietic Systems, Illinois) que permite una mejor comprensión de su funcionamiento.

La naturaleza pierde su capacidad de resistir: inviernos menos fríos, veranos más calientes, extinción de especies, mares contaminados, glaciares derretidos, desertificación. Se acumulan tensiones que llevan a una crisis y un nuevo equilibrio.

El detonante es un “cisne negro”, inesperado, para quienes no quisieron mirar la presión que se iba acumulando.

La pandemia, es una “corrección sistémica”, un “cisne negro”, nacido de un desorden previo, de una ruptura de la frontera entre la alimentación humana y los mercados de vida silvestre.

En el origen de numerosas enfermedades está la ruptura de las fronteras que la naturaleza ha establecido.

Nuestra interfaz con la vida silvestre se ve afectada por los cambios en el uso de la tierra, la deforestación, el comercio de vida silvestre, y muchas otras actividades que alteran la circulación normal de virus. Estos cambios aumentan las tasas de contacto entre los animales portadores de virus y los humanos (Nicholas A. Robinson. Christian Walzer; “How do we prevent the next Outbreak”, Scientific American, March 25, 2020).

La OMS estima que alrededor del 60 por ciento de todos los virus que infectan a los humanos provienen de animales y que el 75 por ciento de las nuevas enfermedades infecciosas en la última década son zoonóticas.

Por esta razón es que se plantea que una adecuada solución para la salud humana implica mejorar la salud del planeta.

Los Principios de Berlín, para “Un planeta, una salud, un futuro” (Octubre/19), establecen prescripciones para comunidades saludables. La propuesta consiste en “integrar mejor la comprensión de la salud humana y animal con la salud del medio ambiente” y actuar para restaurar y mantener ecosistemas saludables para evitar la liberación de enfermedades (Robinson, Nicholas, “One World one Health”. Legal preparations to avert a Pandemic”, Westchester lawyer, March 2020).

El enfoque es preventivo, en el sentido de que no se puede esperar hasta que un nuevo virus infecte al ser humano.

La estrategia es sistémica, porque se trata de modificar aspectos que no están directamente relacionados con la pandemia pero tienen un efecto final en su explosión. Mejorar la resiliencia global, establecer monitoreos permanentes, proteger la diversidad de las especies, combatir los mercados de animales silvestres, detener la deforestación, combatir la contaminación en todos los planos.
Muchos dicen que el mundo ya no será cómo antes pero nadie sabe cómo, fundamentalmente porque el enfoque está centrado en aspectos parciales. Eso ha llevado a que la economía funcione de una manera, la sociedad de otra y la naturaleza explote.

Es necesaria una mirada sistémica, intelectualmente más sofisticada, que adopte medidas para poner de acuerdo el funcionamiento de la economía con el ambiente y con la sociedad.

En el ámbito jurídico se está trabajando en esa idea mediante el proyecto de afirmar un Estado de Derecho ambiental (“Environmental rule of law), mediante una gran cantidad de trabajos a nivel global.

Es la última generación que puede hacer un cambio que, si no lo hacemos, la historia y las generaciones futuras nos reclamarán.