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El desafío moral de la pandemia. Por Ricardo Lorenzetti

Las tragedias ocurren inevitablemente en el transcurso de una vida o en el devenir de la historia.

La Edad Media europea tuvo que lidiar con plagas terribles y sin medicina apropiada; los pueblos originarios de América Latina sufrieron el espanto de enfermedades desconocidas introducidas por los españoles que llegaron en el 1500; en África hubo desastres por infecciones masivas durante muchos años.

Lo más importante ha sido siempre el modo en que se las enfrenta, y por eso Albert Camus escribió su libro “La Peste”, en el año 1947, enseñando que las peores epidemias no son biológicas, sino morales.

En esos momentos de temor es donde aparece lo más oscuro, pero también lo más sublime del alma humana.

El egoísmo lleva a algunos a creer que pueden salvarse solos hundiendo a los demás, o a poner en riesgo a todo un pueblo porque relativizan el problema. A veces se prefiere mantener la actividad priorizando el dinero o la apariencia del trabajo y aún sabiendo que tendrá un costo para los demás. En este momento, todos somos vulnerables, pero a pesar de eso hay quienes prefieren ignorarlo.

El miedo lleva muchas veces a buscar culpables de lo inexplicable.

La pandemia nos resulta incomprensible, nos hace inseguros y genera el pánico.

Todos esos sentimientos existen, pero disminuyen ostensiblemente si hay valores que permiten darles un sentido, y es allí donde aparece lo mejor de las personas.

Los ejemplos son numerosos: médicos y enfermeras que van a atender a los hospitales, sabiendo que se pueden enfermar; policías que deben custodiar con riesgo a su salud, o el personal de la aerolínea que sintió la necesidad de reconfortar a sus pasajeros diciéndoles que eran bienvenidos a casa y que estaban cumpliendo un servicio patriótico.

Es muy importante que todos entendamos que hay que fortalecer un marco institucional y valorativo que, frente a una emergencia, oriente las conductas para desplegar lo mejor y no lo peor.

La epidemia es injusta y desigual tanto en los efectos sobre la salud como en lo social y en lo económico.

Desde el punto de vista sanitario, la diferencia surge por la escasez frente a la masividad. Si una persona está enferma, se puede curar, pero si hay diez mil se satura el sistema. En ese caso surgen opciones trágicas: salvar a unos y dejar a otros. Por eso debemos ser rigurosos en las conductas individuales para evitar la expansión y la saturación.

El aislamiento es igual para todos, pero su falta genera desigualdad y dolor para los más vulnerables.

En el aspecto social, también existen efectos disímiles. Hay quienes pueden aislarse confortablemente, pero también quienes no tienen agua, ni remedios, o su vivienda es precaria, o viven en la calle, o no tienen dinero para permanecer mucho tiempo sin ingresos.

El aislamiento es igual para todos, pero se justifica una diferencia en favor de quienes están en peores condiciones. Hay muchas instituciones que pueden ayudar. Los sindicatos que dejan provisoriamente sus funciones tradicionales y se dedican a cuidar la salud de sus afiliados, los clubes que brindan asistencia sanitaria ayudando frente a la escasez, los municipios que ejercen controles directos, las asociaciones profesionales que dan educación sobre las medidas, los medios de comunicación que informan.

En el aspecto económico también hay impactos que generan desigualdades. Es evidente que, con la clausura de actividades, o de fronteras, pueden hacer quebrar sectores enteros de la economía. En otros casos, si se cierra una fábrica que se dedica a fabricar alimentos o medicamentos o transporte, se beneficia en lo inmediato, pero en una segunda fase el efecto adverso será que habrá desabastecimiento. Por eso es necesario preservar algunas áreas esenciales.

Por otro lado, si esa prohibición se aplica a personas que viven de su trabajo físico, se quedan sin ingresos y hay que dar subsidios.

Es decir, hay cierto equilibrio económico que debe ser mantenido.

Los valores son importantísimos porque constituyen la base ética de la acción humana.

El primer dilema es hasta qué punto estamos dispuestos a priorizar la salud y la vida. En estos momentos no puede haber dudas de que hay que cuidar la salud permitiendo el aislamiento excepto en los sectores esenciales que hemos mencionados.

El segundo es si entendemos que la información está destinada a aumentar el miedo o a entender el problema y su solución.

Cuando la información solo se basa en aumentar el miedo, las personas sienten que viven en una película de catástrofe y se paralizan, con lo cual el efecto es negativo.

La información es más eficaz cuando sustituye el temor por la responsabilidad: suministrar datos sobre la evolución de la pandemia, directivas sobre lo que hay que hacer, modos de ayudar a los demás. También lo es ilustrar sobre los efectos negativos del miedo y la depresión, que hace bajar las propias defensas y aumenta el riesgo.

La información debería estar asociada a la confianza.

Todos debemos hacer lo posible para que nuestros ciudadanos y vecinos sientan que, cualquiera sea el desafío, haremos todo lo posible para protegerlos.

En momentos de crisis, es necesario promover la solidaridad y no el egoísmo; la cooperación y no la desesperación.

Finalmente hay un aspecto individual, porque el sentido de una situación es una interpretación que hace la mente.

En Argentina se está actuando rápidamente y debemos estar unidos, porque es mejor si entendemos, como lo hizo el comandante del avión de nuestra aerolínea de bandera, que estamos haciendo patriotismo y siendo solidarios con los demás.