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Detrás de esta foto… conmovedoras historias de vida (Semanario Democracia, 6 de junio de 2011)

El presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, escuchó el reclamo de los alumnos y las maestras de la escuela de Lanús por la contaminación del Riachuelo. La causa judicial avanza e intervienen los gobiernos de Nación, Provincia y de Capital Federal. Los chicos del Riachuelo relatan su dramático presente. La contaminación provoca graves enfermedades. El drama que viven en sus casas y en sus escuelas. La maestra y los alumnos que le ganaron a la muerte. Por Andrés Klipphan

 

 

 

Hay imágenes imborrables. La del cuerpo sin vida de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia. La del gol de Diego Armando Maradona “con la mano de Dios” a la escuadra inglesa en el mundial de fútbol México ‘86. La del joven que camina desnudo y sin rumbo por las devastadas calles de Puerto Príncipe, tomada por Cristóbal Manuel, el reportero gráfico del diario español El País, que acaba de ganar el premio Ortega y Gasset. Detrás de cada una de esas instantáneas hay una historia. Relatos conmovedores, fascinantes, tristísimos, o llenos de alegría, heroísmo y fantasía. Pero también hay historias que son un grito de esperanza. Una enseñanza para la comunidad. Un ejemplo a seguir. Un faro en el centro del embravecido océano. Un punto luminoso que se transforma en una esperanza de vida. Un horizonte. Una meta que salva vidas.

 

Esa es la historia detrás de la foto que hace una semana descubrí en el despacho de Ricardo Lorenzetti. La imagen es sencilla, pero de una contundencia conmovedora: el presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación rodeado por trece alumnos y sus maestras de 6° B de la Escuela pública N° 72. El establecimiento está ubicado en el humilde barrio de Villa Jardín, en el partido bonaerense de Lanús. La mayoría de los niños, que en promedio tienen 11 años, viven, conviven, sobreviven, a la vera de la Cuenca Riachuelo Matanza, el río más contaminado del planeta.

 

¿Pero qué historias de vida se agazapan detrás de cada uno de esos niños que posan en el centro de uno de los tres poderes de la república? ¿Qué simboliza el escudo dibujado a mano y pintado con lápices de colores que prende de los guardapolvos blancos y que reza “Guardianes del Riachuelo”?

 

Alan, el de la foto

El miércoles 1° de junio a las 14.10 llegamos, junto al fotógrafo Rubén Paredes, a la escuela. Lo primero que se aprecia es un colorido mural dibujado y pintado por los alumnos y las docentes de plástica. Sobre la misma vereda, y compitiendo con la obra de arte, hay un fenomenal basural que desprende un fuerte olor.

 

La puerta está cerrada. Golpeamos, pero nadie escucha. Después de varios minutos, Alan, el niño entre rubio y pelirrojo de remera rayada y guardapolvo abierto, que en la foto está ubicado en el segundo lugar a la izquierda del juez Lorenzetti, se apiada de los visitantes. Con destreza junta los dos cables que tiempo atrás estaban conectados al timbre robado cuatro veces en dos meses.

 

Los alumnos, la directora Erlinda Besenyei y la docente Claudia Leguizamón, habían llegado hacía quince minutos de la audiencia que durante la mañana mantuvieron los integrantes de la Corte con los responsables de la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar).

 

Los chicos presenciaron el momento en que el presidente de la Corte, en forma enfática, le pidió al titular del organismo, Juan José Mussi, “certezas para evitar que cambien los funcionarios y los gobiernos y todo siga igual en la Cuenca”.

 

El reto vino después de comprobarse que las obras para el saneamiento del Riachuelo, y la relocalización de las familias que viven a la orilla del mismo –entre ellas casi el sesenta por ciento de los alumnos que asistieron al encuentro–, “están muy atrasadas” y que “hace falta un fuerte control porque si no se controla no se hace nada”. Durante la audiencia, los funcionarios de Acumar reconocieron que a tres años de la orden de la Corte “aún quedan unas diez mil industrias sin controlar si siguen contaminando las aguas”.

 

Alan lucía orgulloso en su guardapolvo la firma que Martín Palermo había estampado a la altura de su corazón. El acontecimiento ocurrió durante la presentación de Expoterra, una iniciativa que cuenta con la voluntad de varios famosos, entre ellos el actor Pablo Echarri y el propio goleador xeneize, para lanzar una campaña de concientización para mejorar la calidad de vida del planeta y la relación que el ser humano mantiene con la naturaleza.

 

Pero ¿qué llevó a estos chicos de 11 años a transformarse en los paladines de una tarea que parece titánica e imposible?

 

La docente

Claudia Leguizamón, la maestra de los 22 alumnos que cursan 6° B, es la artífice de la conmovedora historia. Mientras recuerda el inicio de lo que ahora es una cruzada contra la contaminación de la cuenca y por que el fallo de la Corte se cumpla, llora. Y lo hará a lo largo de toda la entrevista.

 

-Claudia, ¿cómo nació el “proyecto Riachuelo” en esta escuela, y cómo terminaron estos chicos en la Corte realizando una especie de interpelación al propio Lorenzetti?

-Yo fui maestra de ellos en primero y segundo grado. Volví a tenerlos en quinto y ahora en sexto. El año pasado descubrí que habían sufrido un cambio de conducta muy grande. Eran muy intolerantes. Se subían a los bancos, se pegaban, se maltrataban. Me llamó mucho la atención el alto grado de violencia con el cual llegaban a la escuela. Entonces un día les dije: “Así no puedo dar más clases. Así ustedes no pueden aprender, ni yo enseñar”. Entonces les pedí por favor que me contaran las broncas que ellos tenían.

 

-¿Y qué le dijeron?

-No me contestaron nada. Les dije: “Bueno ahora me escriben en un papel sin nombre todo lo que les pasa, las broncas que tienen. Pongan todo”. Empezaron a escribir, y escribieron más de una hora. Nos teníamos que ir y seguían escribiendo. Me llevé los papeles, pero no aguanté a llegar a casa (vive en Villa del Parque) y empecé a leer en el colectivo.

 

-¿Cuáles eran las broncas que tenían los chicos? –pregunté.

(La maestra rompe en llanto): -Varios de ellos me contaron que tenían a sus hermanitos muy enfermos de los pulmones por culpa de la contaminación del Riachuelo. Uno me decía que su hermano estaba muy mal porque se drogaba con paco. Que querían una vivienda digna. Que querían agua potable. Que tomaban agua de una zanja. Hoy, 1° de junio de 2011, aún toman agua de una zanja podrida como el caballo que su papá usa para juntar cartones. Es terrible.

 

-Y claro, con esos dramas, cómo no van a llegar a la escuela con problemas de conducta…

-Eso me llevó a hacerme un replanteo muy grande. Hablé con los chicos y buscamos una forma para que también ellos pudieran replantear su realidad y ver dónde estamos parados. Fue así que comenzamos a salir al barrio a hacernos preguntas: ¿Qué pasa en nuestro barrio? ¿Por qué hay tantos problemas de salud? ¿Por qué nos enfermamos y se enferman nuestros hermanitos? ¿Por qué hay tantos problemas de violencia en la escuela? ¿Por qué estamos rodeados de basura? ¿Por qué? Después de varios minutos de interrupción porque Miriam Marín, la mamá de Luis, ingresa al aula para retirar a su hijo (ver aparte), la maestra relata la experiencia de haber recorrido varias veces con sus alumnos las pestilentes calles que rodean a la escuela, ubicada a 250 metros del Riachuelo. “Ver la realidad, que ellos mismo no podían reconocer porque nacieron en este lugar, en este barrio y porque vivieron desde el primer día de sus vidas en las márgenes del Riachuelo contaminado, nos posibilitó hacer esta tarea, este estudio, este trabajo educativo que es relevar los problemas del barrio, los problemas con los cuales convivimos. Encuestar a los vecinos para establecer qué enfermedades tienen, marcar cada uno de los basurales, empezando por el que está frente a la escuela; ver todo lo que se ha publicado sobre el tema, saber quiénes están trabajando para solucionar este drama y ver qué podemos aportar nosotros para ayudar a salvar gente. A que no se mueran más chiquitos por culpa de la contaminación”.

 

-¿La contaminación del río mata?

-Mata a mucha gente, a muchos niños. Todavía hay algo que no me puedo perdonar –dice, y se seca las lágrimas con un pañuelo- Entre los papeles escritos por los chicos contando sus broncas, había una hoja en blanco. Cuando llegué a casa volví a mirarla y, como no decía nada, la tiré. Pasó el tiempo y ese chico seguía con muchísimos  problemas de conducta. Entonces llamé a la mamá y cuando empezamos a hablar ella me contó que tiempo atrás habían fallecido dos hermanitos de mi alumno. Habían muerto creo que de bronqueolitis. Esa hoja en blanco decía mucho, y yo no me di cuenta.

 

-¿Y qué vieron cuando salieron con la maestra a recorrer el barrio? -les pregunté a los chicos.

“Que en el barrio hay ratas gigantes. Las llamamos cuises de tan grandes que son. Las ratas entran a nuestras casas y a veces muerden a la gente. Las ratas están por todos lados, viven con nosotros”, dicen Alan, Luis y Cecilia.

 

La maestra y la directora Besenyei, que a esa altura se había incorporado a la conversación, me muestran el dibujo que sus alumnos hicieron en plástica. Es una rata enorme, musculosa, con los abdominales marcados y unos bíceps que serían la envidia de cualquier patovica. El poderoso roedor de larga cola lleva apretada contra su cuerpo a una mujer que, como víctima inocente –al igual que ellos– no puede hacer nada para liberarse del mal que le hace daño.

 

-¿Así, como a esa rata, ven su realidad los chicos? -pregunto a la docente.

-Claro. Y si no preguntale a ellos, desafía. “En el barrio vivimos rodeados de basura, sin agua, se corta la luz a cada rato. Las ratas son como animales gigantes que corren por los techos. Estas ratas dan miedo”, se anima a responder Agustín. Cecilia se adelanta y ayudada por su maestra dice: “Pero ahora salimos a limpiar, a levantar basura, a pintar de blanco los troncos de los árboles. Estudiamos la historia de la contaminación”. La maestra aprovecha el silencio de su alumna para contar que “estudiando la historia de la contaminación descubrimos que la Corte Suprema se estaba preocupando por nuestro problema. La Corte era algo que veíamos muy lejos. Pero igual nos animamos y pedimos una audiencia con el ministro Lorenzetti, un hombre que parecía muy comprometido con el tema. Y ante nuestra sorpresa, un día llamaron a la escuela, se interesaron por el proyecto y nos dieron una audiencia de 15 minutos”.

 

-¿Para qué querían ver al presidente de la Corte?

-La entrevista con el doctor Lorenzetti formaba parte del trabajo sobre la contaminación que el Riachuelo produce en el barrio y los efectos que causa. Queríamos saber dónde estábamos parados, yo como maestra y ellos como alumnos y chicos que viven junto al Riachuelo. Queríamos saber cuáles eran nuestros derechos. El ministro contestó todas las preguntas. Estábamos emocionados: estábamos hablando con alguien que parecía inalcanzable y al final nos quedamos una hora y media.

 

La directora Erlinda Basenyei asiente y asegura que la movilización de este puñado de estudiantes por cambiar el medio ambiente “es una forma de ver la realidad y buscar soluciones. Los chicos aprenden sobre su propia realidad. Y eso les permite transformar algunas situaciones”.

 

Al final de la entrevista con el presidente de la Corte, Lorenzetti aceptó sacarse varias fotos. Según las palabras del propio ministro, ese encuentro “fue uno de los momentos más conmovedores que viví desde que llegue al tribunal”.

 

-Claudia, ¿cuál fue la idea de este proyecto escolar?

-Que entre todos podamos hacer algo. Ellos son muy chiquitos para sufrir tanto. Ellos también son hijos de la patria. Quizás sea el momento de que sus derechos sean respetados. Ellos también tienen derechos y pueden reclamar, y eso es lo que les enseñamos en la escuela. Y la visita a la Corte sirvió para eso.

 

-Supongo que lo que viven estos chicos es una realidad dura.

-Es muy, muy duro, porque vos venís al otro día y te encontrás por ejemplo con María, que tiene esos problemas en la piel y que la mamá no tiene para comprarle las cremas y… (llora) y qué solución le puedo dar yo. A veces en la salita o en el hospital no hay dermatólogo.

 

María tiene 11 años. Es una niña de cabellos oscuros atados con una colita rosa, el mismo color que eligió para pintarse sus labios. La niña, de ojos azabache y voz dulce muestra la erupción cutánea que tiene en distintos puntos de su cuerpo. También relata que, a diferencia de sus compañeros, ella no vive en Villa Jardín, sino en un barrio más humilde aún, ubicado en la propia vera del Riachuelo y que se llama 10 de Enero. Está a unas 15 cuadras del colegio. Esa es la distancia que a diario camina, porque en su casa muchas veces no hay ni para el boleto.

 

-¿Y cuando llueve, cómo haces?

-No puedo venir porque se inunda todo y me pierdo de aprender.

 

Karen, una niña de ojos color ceniza, vive en el mismo lugar que María. “A veces vengo en colectivo, pero cuando llueve tampoco puedo llegar porque se me inunda la casa y hay mucho barro”. Karen tiene tres hermanos. No tiene padre y vive con su mamá, que las puede alimentar y enviar a la escuela gracias a los planes sociales que recibe.

 

Karen, junto a otros nueve de sus compañeros, fueron censados y forman parte del plan de reubicación ordenado por la Corte. Hasta el cierre de esta investigación, ninguno de ellos fue beneficiado con la medida, que avanza pero mucho más lento que las necesidades de los habitantes de estos lugares.

 

“Yo creo que si nos reubican, como dice la Corte, nos va a cambiar la vida. Vamos a vivir mejor”, dice María. “Yo no tengo mucha fe. No sé si vivir en otra casa me va a cambiar”, afirma Alan, el del guardapolvo firmado por Palermo.

 

“Yo sí tengo fe. Creo que la Corte y el doctor Lorenzetti están comprometidos con el tema. La vida de estos niños va a mejorar. Ellos se lo merecen. Yo estoy muy ilusionada con que los chicos puedan venir a la escuela todos los días, que tengan luz y agua potable”, insiste emocionada la maestra.

 

“Yo entiendo lo que dice Alan –aporta la directora de la escuela 72–; hay problemáticas sociales que no tienen que ver sólo con la vivienda. Son problemas que están instalados adentro de las casas. En algunos hogares hay problemas de drogadicción, de violencia doméstica, y eso no se modifica con una reubicación. Por supuesto que hay muchas familias muy ilusionadas con la posibilidad de tener una casa dentro del barrio que se está proyectando, pero no es todo”.

 

-¿Qué piensa usted de la iniciativa de la Corte Suprema?, le pregunto a la directora.

-A mí me emociona que los miembros de la Corte escuchen a los que no tienen voz, porque a estos chicos, a sus padres, no los atiende nadie. La prueba está frente a esta escuela. Acá tenemos un basural que no lo generamos nosotros, sino que son residuos generados a lo largo de dos cuadras de pasillos, un lugar donde no entran los recolectores, entonces la basura terminafrente a la escuela. Y nadie sale a reclamar por ese basural.

 

-Se lo pregunto a las dos: este proyecto, el de la Corte, el de la escuela, ¿salva vidas?

Las dos asienten con la cabeza, pero es la maestra Claudia la que llama a los 17 chicos que están en el aula y pregunta: “Chicos, lo que está haciendo la Corte para que limpien el Riachuelo, ¿va a salvar vidas?”. La respuesta estalla como un trueno. Todos grita al mismo tiempo: “¡¡¡SIIIIII!!!”

-Chicos, ¿por qué estamos trabajando?, vuelve a interrogar la docente. Y otra vez la contestación es unánime: “Para salvar vidas”.

“Ellos lo tienen muy claro, hay muertes que se pueden evitar, hay problemas que se pueden resolver”, sintetiza la maestra de grado.

-La idea es que cada uno desde su lugar, desde la Corte, desde la escuela, trabajemos juntos para evitar más muertes, para salvar vidas. Para evitar las muertes que produce la contaminación de la cuenca, pero también la violencia y la drogadicción, que están muy instaladas en la sociedad, en estos barrios –aporta la directora Besenyei.

 

-¿Y cómo se hace?

-Desde que comenzamos a trabajar con la realidad de ellos, los chicos dejaron de pegarse, de agredirse, de ejercer violencia. Esto es porque generamos contenidos que les hacen ver su propia realidad. Aprenden sobre ellos mismos. En la escuela conseguimos que aprendan sobre sus familias y sobre los problemas del barrio. Para ellos eso tiene sentido. A esto lo llamamos aprendizaje significativo.

 

Una historia. Muchas historias. O quizás una pequeña gran historia detrás de una foto.

 

 

Nosotros queremos

Son alumnos de 6° grado, nada más ni nada menos, pero por momentos se parecen a los jóvenes españoles movilizados e “indignados” que proponen, sin violencia pero con firmeza, cambios profundos a los políticos de ese país europeo. Esa fue la imagen que presentaron cuando varios de ellos tomaron tizas blancas para escribir sobre el pizarrón lo que quieren, sus exigencias de vida. Un reclamo silencioso hacia las autoridades.

Lo que sigue fueron las frases textuales que estos estudiantes grabaron desde el corazón:

“Queremos vida”

“Riachuelo limpio”

“Arreglar el barrio”

“Saquen los basureros”

“Queremos remedios”

“Queremos sala de reanimación”

“Queremos medio ambiente sano”

“Queremos sala de oxigenoterapia”

“Queremos que se cumpla el fallo de la Corte”

Lo firman: “Los guardianes de la Cuenca Matanza Riachuelo”.

 

 

“Mi hijo encontró sentido para su vida”

Miriam Marín irrumpe en el aula en medio de la entrevista. Minutos antes le había preguntado a la maestra Claudia Leguizamón y a la directora de la Escuela 72, Erlinda Besenyei, cómo habían tomado los padres de los alumnos de 6° B la iniciativa de que sus hijos se transformen en los “Guardianes del Riachuelo”. Miriam entró a la sala con dos niñas pequeñas a las que había retirado del jardín de infantes. Venía a retirar a Luis, uno de los alumnos que ese día asistió a la audiencia en la Corte.

 

La mujer tiene apenas 26 años, y ocho hijos. El mayor tiene 12 años y cursa séptimo grado en la misma escuela. El menor es un bebé de nueve meses. Las docentes le trasladaron a ella la pregunta de “Democracia”. La respuesta fue clara y contundente: “Mi hijo Luis está muy contento con el proyecto del Riachuelo. El creía que este trabajo no se iba a poder hacer. Para el barrio fue muy bueno, pero costó mucho para que le creamos a la maestra. Pero ella buscó la manera para que la apoyemos. Este fue un gran logro: en este barrio los chicos de nueve y diez años andan destruidos en la calle por culpa de la droga, del paco, andan robando; a algunos los mata la policía. Para mis hijos no quiero un futuro así, y yo sé que con este proyecto a Luis no le va a pasar eso. Con este trabajo que lo moviliza tanto él encontró un sentido para su vida. Se emocionó cuando lo vio al doctor Lorenzetti; para Luis fue muy valioso que una persona tan importante, y que ve en los diarios y en la televisión, lo escuchara. Este proyecto le salva la vida a los chicos; mi hijo era un chico muy violento, pero gracias a la maestra, a la directora, al gabinete de la escuela y a la Corte que los está escuchando, cambió mucho. Es un chico mejor”.

 

3 Comments

  1. Maria Monica

    Es un deseo hecho realidad, que un funcionario, en este caso Judidicial, se acerque y se conecte con el común de la gente. GRACIAS!!!!

  2. Rosa Cristina Besenyei

    Gracias Dr. Lorenzetti por abrir las puertas a estos pequeños y entusiastas ciudadanos.Creo que ha sido la mejor clase de Construcción de Ciudadanía.Ha recreado junto a sus docentes una bella página de la pedagogía de la esperanza: un futuro mejor es posible y lo han empezado a construir. Rosa Cristina

  3. JUDITH

    ver en este momento el articulo me emociono creo que si empezamos a unirlos en cosas que nos involuran y dejamos de criticar todo y tratamos de colaborar para que todos estemos mejor vamos a sacar al pais adelante en especial a los niños y jovenes que son los mas vulnerables somos capaces de hacerlo no miremos para otro lado podemos como esta maestra ojala haya muchas mas,comprometamosnos se puede,los felicito!!!!!!

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